No creía que
era de tontos creer sin ver; pero tampoco me convenció demasiado la idea de que los
cánones propios de la sabiduría doctrinaria fueran fuentes eternas de
conocimiento; eran para mi confusos y contradictorios por su aura casi mística
y de naturaleza eterna.
Tampoco pensaba que la tristeza fuera fuente de alegría eterna.
Las continuas disrupciones entre a y b son solo parte del juego emocional que forma
lo que nos hace humanos, contradicciones incompletas. Esos errores que son o se
asemejan a complejas moralejas.
Imposibles de asimilar por lo extraño que
resultan ser; casi las traumáticas, entrañables e indispensables lecciones para quienes ya las han comprendido.
Que funcionan como condicionantes automáticos, reflejos emocionales
que van haciendo surcos en el recorrido espiritual de todos los humanos.
Nos
elevan y rebajan a la altura de todos los seres y al mismo tiempo nos
distinguen. Como un aventurero cansado de estar en mismo lugar; es la forma en que
mediamos el paso de un estado a otro.
En donde volvemos a creen sin ver, como
lo que pasa con todas las ideas que podemos desarrollar desde el génesis de las
sombras y el aprendizaje; hasta el santo bergas que uno se da en una bicicleta. Eres algo que realmente nos han contado; hasta
que el propio aprendizaje nos mata; en su diversidad de sentidos; el amor no empieza ni termina; el absoluto.
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